Suscríbete a
ABC Cultural

Ni Roma ni ATENAS

La ciudad perdida que sustituyó a Roma como capital del Imperio durante 70 años (y no está en Italia)

El emperador la convirtió en el centro económico, social y cultura desde el año 330 d.C., y así se mantuvo hasta la separación definitiva impulsada por Teodosio I

Ni Rusia ni Roma: este fue el imperio imposible de conquistar por genios como Alejandro Magno

Imagen virtual de Constantinopla en época bizantina ABC/WC
Manuel P. Villatoro

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cuarenta días de celebraciones, con sus noches pertinentes, precedieron en el año 330 d.C. la inauguración de la nueva capital del Imperio romano. A la cuadragésima primera mañana, el emperador Constantino asistió a una misa en la iglesia de Santa Irene para consagrar su flamante metrópoli al calor de la Vera Cruz cristiana; una ruptura con el politeísmo de la vieja 'Urbs Aeterna'. Se cuenta que el día de autos fue un lunes, esa jornada en la que suelen arrancarse los buenos propósitos. A partir de entonces, la lejana y exótica Constantinopla, ubicada a tres millares de kilómetros del corazón de Italia, se convirtió en el centro del mundo durante 65 años. Y todo ello, en detrimento de la gloriosa Roma.

Esa condición se extendió hasta el 395 d.C. Año en el que, tras la muerte del emperador Teodosio I aquejado de una grave enfermedad, el vasto territorio de las legiones quedó repartido entre sus dos hijos: Honorio y Arcadio. Esa división definitiva en dos imperios, el de Oriente y el de Occidente, dejó Constantinopla como capital del primero y permitió a la 'Ciudad Eterna' recuperar su vieja condición. Aunque no su grandeza pretérita; eso era ya una tarea imposible. De hecho, la que había sido la urbe más gloriosa de Italia y del viejo continente fue aplastada en el 476 d. C. por un líder bárbaro llamado Odoacro que depuso al último mandamás, Rómulo Augústulo, y fundo sobre sus cenizas el Reino de Italia.

Ciudad cosmopolita

Pero el camino hasta que esta ciudad emergiera como la cabeza visible del imperio de las legiones fue largo. Según explica la doctora en Historia Antigua Eva Tobalina en su ensayo 'Los caminos de la seda: la historia del encuentro entre Oriente y Occidente', el pasado de Bizancio se remonta hasta el siglo VIII a..C., cuando los colonos helenos fundaron la urbe con verdadera sagacidad. «Se levantaba en el extremo de una península triangular formada por el mar de Mármara, el estrecho del Bósforo y el Cuerno de Oro, que además contaba con abastecimiento de agua dulce gracias al río Lico», explica la experta. Desde ese enclave privilegiado se dominaban los estrechos que comunicaban el Mar Negro con el Egeo.

Para colmo, y como le sucedía a la Península Ibérica, Bizancio se encontraba en una encrucijada de caminos que, añade Tobalina, «iba de norte a sur entre las estepas y el Mediterráneo, pero también de oeste a este entre Europa y Asia». Unas ventajas de las que adolecía la vieja Roma, vaya. Por todo ello, esta urbe se había transformado, mil años después, a comienzos del siglo III d.C., en una suerte de nodo de comunicaciones, en un centro económico y, en definitiva, en una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. Su privilegiada ubicación, su riqueza cultural y su boyante economía hicieron el resto.

Bizancio estaba ligada a Roma desde el siglo II a.C. Sin embargo, fue más de mil años después cuando empezó a ser vista con ojos de deseo por parte de unos y otros. Por entonces, el imperio se hallaba sumido en un caos político fomentado por su extrema extensión. Aquellos territorios eran imposibles de administrar por una sola persona y, para paliar este problema, Diocleciano estableció en el año 248 d. C. una tetrarquía. Desde ese momento, el 'imperium' pasó a estar gobernado por dos emperadores mayores (augustos) que contaban a su vez con sendos subalternos y sucesores conocidos con el nombre de césares. El sistema pronto demostró sus fallas y provocó la guerra por el poder único entre dos bloques: el de Constantino y el de Majencio.

Fue en el 324, doce años después de Majencio fuera derrotado en la batalla del Puente Milvio, cuando Constantino se declaró emperador único de Roma. Y fue entonces también cuando empezó a buscar el lugar idóneo para alumbrar una urbe que impulsara la región de los Balcanes y que se convirtiera en el centro económico del Mediterráneo oriental. «Sabía que las provincias orientales, menos castigadas por las invasiones bárbaras y la crisis económica, adquirían un protagonismo creciente, y también que el imperio había empezado a bascular hacia el este», explica la experta en su ensayo. Barajó el gerifalte varias ubicaciones, desde Troya a Tesalónica, pero, al final, la elegida fue Bizancio.

Nace la Nueva Roma

Se desconoce la fecha exacta en la que comenzaron los trabajos para convertir Binzacio en la 'Nueva Roma', pero todo apunta a que fue alrededor del 324. Lo que sí se sabe es que las obras fueron colosales. «La ciudad se diseñó para extenderse sobre siete colinas y se dividió en catorce regiones, al igual que la vieja capital», añade la autora. No fue al azar; desde el comienzo, el emperador buscaba forjar una urbe que fuera un espejo de la 'Urbs Aeterna'. «Se rodeó de murallas y albergó en su corazón un foro rodeado de arcos triunfales y presidido por una enorme columna adornada con una estatua de Constantino que recordaba de forma vaga a las que Trajano o Marco Aurelio había levantado en Italia», explica Tobalina.

Decir que eran similares es quedarse corto. Constantino estableció que el pan sería gratuito –o a un precio irrisorio– para los ciudadanos, algo que ya sucedía en Roma. Hasta hizo levantar un 'Milion', un arco que se encontraba en un cruce de calles y desde el que partían todas las calzadas del imperio. La construcción era similar al 'Miliarium Aureum' de Italia. El hipódromo, cuyas dimensiones eran equivalentes a las del Circo Máximo, fue adornado con ricas esculturas atribuidas al gran escultor griego Lisipo. Y, por si había alguna duda sobre su especial cariño a este enclave, el mandamás se hizo construir un gigantesco complejo palaciego en la zona y escogió la región como lugar de enterramiento.

Según explica en sus libros Edward Gibbon, uno de los historiadores de la Antigua Roma más reconocidos desde el siglo XVIII, Constantino «otorgó a la ciudad recién nacida el dictado de Colonia, la hija primera y más favorecida de la Antigua Roma». En sus palabras, «esta venerada madre conservó siempre su legal y reconocida supremacía, como debido a su ancianidad, a su señoría y al recuerdo de su primitiva grandeza». A su vez, un edicto entallado en una columna de mármol concedió el dictado de «Segunda o Nueva Urbe» a Constantinopla. Así lo fue durante seis décadas y media, y no extraña, pues contaba con unas comunicaciones mejores y una ubicación más segura frente a las posibles invasiones bárbaras que su hermana mayor. Por desgracia, ha sido una época que ha caído en el olvido.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación